Javier Lester, el autor de La luna de Coco, engendró al poeta que recibió el aplauso de medio millar de personas ayer en la apertura del Tandil Cine, edición 21.
por
Alejandro Latorre
"La maldita abundancia", sentenció en el rancho de barro del tandilense Matías Zampati el muchacho que viajó con su mujer por toda latinoamericana en una vieja bicicleta a la que le sumó detrás un carrito en el que subió a su hijo, nacido en la travesía.
Esa fue su respuesta ante la pregunta sobre uno de los mayores males del mundo en la actualidad.
No todos advierten el peligro que ocasiona el poder tenerlo todo, todo el tiempo, en todos lados. Hay que tomarle el pulso a los días todas las noches para analizar con precisión las sutiles catástrofes que habitamos a diario.
Pero hay quienes pueden porque están empecinados en dialogar con caracoles, árboles y semáforos en desuso con tal de cautivar el misterio de la poesía, aunque sea un rato.
Con esa fórmula, que lamentablemente no se enseña desde ningún pizarrón, Javier Lester inicia cada jornada alcanzándole un poco de agua a sus lechugas, saludando con sus flacos brazos estirados al sol y sonriéndole a una planta aromática que, macanuda, al mediodía le dará rico olor a un guiso tan potente como un sueño proletario.
Así, tras la maceración de millones de segundos de contemplación de la magia cotidiana, tras horas y horas de hacerle el amor a la vida en cualquier momento, en cualquier parte, solo o a la vista de todo el mundo, es que el autor de La luna de Coco engendró al poeta que recibió el aplauso de medio millar de personas ayer en la apertura del Tandil cine, edición 21.
Sus méritos son difíciles de calcular, sobre todo para quienes todavía no pueden emigrar del hechizo de su ópera prima, pero tal vez uno que no sea tan destacado por provenir de un terreno cada vez más devaluado sea el de poner en el escenario de las estrellas a La Palabra, esa mariposa sin la que no existiría la polínización de la ingenuidad con la que se derrota a todas las muertes.
Los músicos, las actrices y los actores egresados de la UNICEN y el equipo de realizadores audiovisuales fueron sus aliados y se transformaron en los obreros de una gesta que servirá para que Tandil siga cosechando reconocimientos más allá de la Ruta 226, como en los años 60 lo hiciera el arquero Domingo Pastor, que todavía anda a caballito del pueblo que no para de cantar "dale campeooon..."
Hace unas horas, "El Javi" tomó suavecito el micrófono, esa herramienta que, no hay caso, no le gusta usar para no alimentar el ego en su jardín de humildad, simplemente dijo "gracias", bajó como si nada y se sentó sobre una butaca a mirar como uno más, mientras el público reía y lloraba por su creación hasta que sintió por fin otro beso de la vida en la boca, ahora con su esfuerzo como único testigo.
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Datos extraidos de Casas de Hoy